Qué buen sentido cínico tenía José

“El cinismo consiste en ver las cosas como realmente son,
y no como se quiere que sean”.
Oscar Wilde (1854-1900).


“Una buena noticia, dirán los lectores ingenuos, suponiendo que después de tantos desengaños, todavía los haya por ahí. La iglesia anglicana, esa versión británica de un catolicismo instituido, en tiempo de Enrique VIII, como religión oficial del reino, anunció una importante decisión: pedir perdón a Charles Darwin, ahora que se conmemoran doscientos años de su nacimiento, por lo mal que lo trató tras la publicación de El origen de las especies y, sobre todo, La descendencia del hombre. No tengo nada contra las peticiones de perdón que suceden casi todos los días por una razón u otra, a no ser poner en duda su utilidad. Incluso si Darwin estuviera vivo y dispuesto a mostrarse benevolente, diciendo ‘Sí, perdono’, la generosa palabra no podrá borrar un solo insulto, una sola calumnia, uno solo de los desprecios de los muchos que le han caído encima. Quien sí sacará beneficio será la Iglesia Anglicana, que verá aumentado, sin gastos, su capital de buena conciencia. Aun así, se les agradece el arrepentimiento, pese a tardío, que tal vez estimule al papa Benito XVI, ahora embarcado en una maniobra diplomática sobre el laicismo, a pedir perdón por Galileo Galilei y a Giordano Bruno, sobre todo a éste, cristianamente torturado, con mucha caridad, hasta llegar a la hoguera donde fue quemado” (José Saramago. Cuadernos).

A veces el lenguaje precisa de un ungüento retórico como la ironía y/o el cinismo para poder representar la realidad con fidelidad. A veces necesita aparecer ungida de una paradoja, de una ironía, de un cinismo o de un sarcasmo, entre otros aceites lingüísticos que sirven a dicho propósito. El cinismo con que Saramago siempre expuso la contradicción de la humanidad fue la nota característica de su ilustración de la realidad. Una realidad cruel, carente de toda sensibilidad y, peor aun: indignante de leer. Una señora en una de sus conferencias una vez le expresó: “Intenté leer su «Ensayo sobre la ceguera», pero me resultó insoportable; no pude continuar”. A lo que él respondió: “Sin embargo, le resulta soportable la realidad en que vive”.

Algunos calificarían esto como grosero, o cínico, y difícilmente estarían equivocados. Lo cierto, sin embargo, es que una vez más ilustró la contradicción humana. ¿Acaso el hecho no justificó su novela, «Ensayo sobre la ceguera»? La señora o sus expresiones fungieron de tinta viva con la cual un alma noble escribió con el ejemplo de su vida.

Qué buen sentido cínico tenía José.

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