Ensayo sobre la dignidad

“Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, sino justicia”. Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616).

Habría escrito sobre el cardenal Ordóñez, cuya destitución me lleva a comenzar a creer que Dios existe, pero lo que sigue quizás no resulte cansón como tener que seguir oyendo y leyendo sobre el herido de ego cardenal.

Este miércoles encontré en Facebook una página oficial de desinformación. Se llama ‘Resistencia Democracia Colombia’. En ella encontré ‘pancartas’ como: “Quien vote ‘Sí’ en el plebiscito contempla que terroristas gobiernen a Colombia” o “La Jurisdicción Especial para la Paz contratará magistrados de izquierda para garantizar la impunidad de las FARC”, como si el Acuerdo estipulara la concesión de los quince ministerios de Colombia y la vicepresidencia y la Presidencia de la República a las FARC o los magistrados fueran marxistas. No me marearé, sin embargo, ahondando en la falsedad de una cosa o de la otra, porque no estoy para bromas.

También esta semana me encontré con el respetuoso discurso de Leónard Rentería. Un discurso sumo sencillo, lógico, sentido, valiente. Tras él, no obstante, sobrevino una andanada de amenazas de muerte e insultos de toda clase. Naturalmente, hasta ahora la pulga ha permanecido silente. No se le ha ocurrido llamar al respeto a quienes enfermos de idolatría en su nombre juran estar próximos de matar a alguien. Gran preocupación la que siempre ha mostrado por el derramamiento de sangre. Tampoco la muestra por la mentira: "Las FARC no irán a la cárcel”, se gasta diciendo hasta untárselo en la psiquis a la ciudadanía mientras el Centro Democrático o la secta del nuevo siglo se lo festeja y asimismo NTN24 o, ‘La voz de Uribe’".

Este país no reconoce, ni en vida ni en espíritu, una ínfima onza de ética o de moral o de honestidad de conciencia. Cualquiera sea el objetivo, debe alcanzarse mediante la intimidación o la mentira, la amenaza de muerte o la manipulación de los contenidos. Se trata de una inmensa batea de mierda que nos mantiene inmersos en la infamia del suelo y su destinación pedestre. De una podredumbre de corrupción cultural que va desde lo más íntimo de nuestro fuero hasta lo más distante de él. De una tendencia a manipularlo todo a como dé lugar en busca de la satisfacción del egoísmo (Proceso 8000, Saludcoop, Interbolsa, Carrusel de la contratación, Hacker Sepúlveda, Megapensiones, Chuzadas, etcétera).

Todo vale; nada merece reflexión o reparos. Hasta personas cuyo carácter conozco personalmente, sé no apoyarían muchas cosas en circunstancias normales, pero se apoyan en la solemnidad de un disparate o en la fabricación de un contenido en razón de lo que ellos entienden es la ‘lealtad’ que le deben a la familia o a su partido. Fabrican argumentos en lugar de formularlos y establecen comparaciones históricas incongruentes a fin de lograrlo. Cada mañana pareciera despertaran inspirados por una filosofía cómica para producir sofismas cojos de juicio y de lógica. No les da vergüenza, tampoco sienten escrúpulos, de la información que a sabiendas producen o reproducen como brutos (sin serlo).

Tampoco distinguen entre el respeto a las personas y el respeto a sus ideas u opiniones. Las personas merecen respeto a todas luces e incondicionalmente; las expresiones, no necesariamente. ¿Se habrían imaginado a Sócrates, Foucault o Locke decir: “Si no estás de acuerdo con mi opinión, respeta”? Exigir el respeto de una idea u opinión es muy común en quienes no pueden defenderla. ¿Acaso es respetable la apología a la violencia o a la discriminación, por ejemplo? Las expresiones constituyen un ejercicio intelectual que siempre merecerá escrutinio.

A menudo me llaman, con cierta incomodidad, idealista, porque digo que nada está o debe estar por encima de la verdad o de la justicia. Creo, no obstante, que la ilusión de un mundo mejor comienza con la idealización para el cambio. Regresé de Puerto Rico a Colombia a estudiar Derecho y después periodismo convencido de que estas carreras harían brotar lo inimaginable en mí como fuente de inagotable necesidad de hacer valer lo justo y de perseguir la verdad dondequiera que ella se encuentre, sin importar los sacrificios. Y, si con el entusiasmo del prójimo, mejor aún. Vivir, sin embargo, para ver a allegados traicionar lo que antes predicaron. Vivir para desengañarme y para saber en qué nunca debo convertirme y, sobre todo, para no permitir que las circunstancias intenten desquijotizarme. Justo como decía el poeta y lúcido ensayista cubano José Martí (apodado ‘El Apóstol’): “El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber”.

Colofón: Afortunadamente, La Pulla no es la única Pulla en Colombia impartiendo pedagogía. También nos acompaña #LaPullaSanitaria. ¿La han visto? Con dos bolas de fuego en los ojos y una oratoria impecable le canta la tabla a las EPS y a quienes en el curso de su carrera decidieron echar por la borda el juramento hipocrático que solemnemente juraron defender. Parece oler a una cuestión de moda, eso de bañarse en corrupción.
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Esta columna fue publicada en Semana.com:

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